Lección Aprendida

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Muchas cosas han pasado estos seis meses viviendo en Mondulkiri. Pero el recuerdo más bonito que tengo hasta ahora es de un domingo por la tarde. Virginia, Tamiris y yo habíamos decidido ir a visitar algunas de las familias de los chicos del 9o grado. Estábamos por comenzar un nuevo club de Conquistadores y, una de las sugerencias de la Conferencia General para comenzar un nuevo club, es visitar a las familias para invitarlos a ser parte del club. Sin embargo, el día que leí eso lo primero que pensé fue, «no hay manera que yo haga eso. Soy muy tímida. ¿Qué les voy a decir? Ni siquiera sé donde viven». Más tarde, le comenté estos pensamientos a mis compañeras y ellas asintieron. No obstante nos dimos cuenta que deberíamos de ir si nos gustaría que la invitación fuese más personal y efectiva. Así que nos decidimos por visitar las casas que conocíamos.

Cuando llegó el domingo, Virginia y yo estábamos cansadas. Habíamos pasado el sábado acampando en una aldea y la mañana del domingo nadando bajo el sol con unos hermanos de la iglesia. En algún momento yo me sentí tan cansada que casi le digo a Virginia, «ya no vayamos. Lo podemos dejar para otro día». Pero cada vez que casi me daba por vencida, algo sucedía y me evitaba decir las palabras que tenía en mente. Nunca le pude decir a Virginia que ya no fuéramos.

Así que, al llegar de regreso a Sen Monorom, nos pusimos la pañoleta y nos dirigimos en la moto a visitar las únicas dos casas que conocíamos. La primera parada fue “fácil”: la casa está frente a la escuela y el chico que queríamos ver no estaba, solo su hermanita. Conversamos con ella unos cinco minutos y nos fuimos a la segunda y última parada. Lo que no sabíamos era que allá nos llegaría la lluvia y nos tendríamos que quedar por casi media hora. En esa espera surgió la idea de que este chico nos mostrara la casa de uno de sus compañeros. Pero tan poco era mi ánimo que yo casi esperaba que dijera que no por la lluvia. Sin embargo, él accedió. Así que nos fuimos.

Allá la mamá nos recibió muy bien y nos dijo que ella está tan entusiasmada con el club, que ¡hasta ella quiere ser parte! Al pasar la lluvia, le preguntamos a su hijo si también le gustaría acompañarnos a visitar a otro compañero. Y también dijo que sí. Ahora ya éramos cuatro individuos llegando a otra casa que no planeamos ir. Y así, fuimos yendo de casa en casa, recogiendo muchachos, hasta que llegamos a todas los hogares de 9o grado.

Yo no me lo podía creer. Yo, tímida como soy, haciendo 9 visitas en una sola tarde. ¡Qué fiel es Dios! Los chicos se divirtieron un montón, y quedaron super animados por el club que está naciendo. Dios puso todos los medios, sin mirar mi falta de fe.
Ahora me doy cuenta que no nos podemos dar por vencidos. Aquí vinimos a trabajar y a hacer todo en nuestro poder para avanzar en el reino de Dios. Y si no estoy capacitada, o no tengo lo que se requiere, el proveerá a su tiempo. Yo no tuve que hacer nada extraordinario, solo estar dispuesta a ir y Él se encargó de todo lo demás.

Josué 1:9 dice, “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente. No temas ni desmayes; porque yo, el Señor tu Dios, estaré contigo dondequiera que vayas”.

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